Escribiendo...
Querida profesora
Querida profesora,
Muchas han sido las horas que hemos compartido encerradas en una misma aula, rodeadas de decenas de ojos que contemplaban mis banales intentos por captar tu atención. La mayoría de estos intentos te los tomabas como una rebeldía típica de una adolescente en plena eclosión, pero sé que en el fondo entendías que mi único fin era el de que estuvieras atenta a cada acción que realizaba para que tus ojos se posaran en los míos. Gritos, peleas, interrupciones en clase, todo lo que la expresión “mal comportamiento” lleva consigo implícita era como se podría describir esa búsqueda de atención por tu parte, que combatías a base de castigos y horas extras en la escuela, y que evidentemente para mi no eran castigo alguno, pues conseguía lo que pretendía: estar contigo.
Tantas horas habremos compartido en silencio, con miradas de soslayo que nunca coincidían en el mismo punto, pero siempre estaban presentes y expectantes de conectar. En aquellos interminables castigos, donde tu voz cuando cubría las cuatros paredes del aula no sonaba autoritaria, sino cercana, cariñosa incluso, todo lo contrario a lo que se suponía tenía que ser, era donde quería permanecer eternamente, refugiada en tu distante calor, cerca de tus inacabables palabras, contemplando tu figura al ir y venir entre el mobiliario del aula.
Querida maestra, sabes que no fui lo suficientemente valiente para admitirte ni admitirme lo que dentro de mí se albergaba, sabes que siempre estuvo ahí, anhelando por encontrar la salida, pero jamás lo llego ha hacer, y es por eso que te escribo estas líneas, para decirte que aun sin haber estado cerca de tu boca, yo vivía en ella, pensando y soñando con tus labios, tus manos manchadas de tiza, con tu cuerpo moldeado por las lecciones que impartías, con tus ojos que tan encima mío estaban… Un sueño eterno vivido en la realidad, que perdura y perdurará, pues contigo aprendí que los castigos pueden ser un pedacito de cielo en un aula.
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