Encuentro entre sueños
Aqui viene el segundo capítulo del viaje literario que empredimos la semana pasada, el preludio de lo que será esta fantasía salpicada de realidades varias.
2. Ese sueño
El tiempo fue pasando para nuestra joven protagonista. Llevaba casi un mes en aquel edificio día tras día, y la verdad es que no había intercambiado demasiadas palabras con sus nuevos compañeros. Intentaba pasar lo más desapercibida que podía, cabizbaja, arrastrándose por los rincones de aquellos pasillos, procurando no causar molestias a nadie en su camino. Pero sin quererlo ya había causado algunos estragos en un corazón de sus alrededores. El propietario de ese corazón la había estado observando día tras día, desde el primer paso que dio entre aquellas dos puertas que daban al interior del colegio, pero discretamente, sin hacerse notar, disimulando cada vez que la tenía cerca, intentando captar en sus retinas cada movimiento de la pelirroja. Aquel pobre individuo se llamaba Damián. Iba a la misma clase que Lena, pero aun así, su timidez no le había dejado pronunciar palabra ante ella. Era un chico bastante alto, de piel clara, sus ojos tenían un color parecido al de la miel al igual que su pelo, poseía una complexión bastante fuerte –seguramente se debía a la practica de algún tipo de deporte- y demostraba ser un chico bastante aplicado e inteligente. Se diría que era un buen partido, pero su extrema timidez le traicionaba.
El tiempo continúa pasando; ya casi van dos meses de convivencia con sus compañeros y la pelirroja ya empieza a recuperar las cualidades que tiempo atrás había tenido y la habían hecho brillar. Después de largas reflexiones, había decidido que era tiempo de volver a vivir la vida, de dejar los recuerdos en un cajón y empezar a conocer la gente con la cual tendría que compartir la mayor parte de sus días durante unos años. La estrategia no le salió nada mal. Descubrió que la gente que le rodeaba era de lo mejor, que tenía cosas en común, que había gente con la que se llevaba a la perfección (como si se conocieran desde siempre) y, por supuesto, gente con la cual no podía coexistir. Su sonrisa había vuelto a su hermoso rostro, sus ojos volvían a mostrar la felicidad que cualquier adolescente puede sentir, su actitud había cambiado considerablemente. Ya no era aquella chica callada, tímida, que pasaba de lo más desapercibida que podía; ahora era una chica extrovertida, feliz, viviendo la vida con un tanto de locura, aprovechando el presente sin preocuparse por el mañana. A cada día que pasaba, la pelirroja mostraba todo lo que sentía al mundo que la rodeaba, sobretodo a sus amigas, con las que ya se habían hecho inseparables. Eso hizo que sus compañeros la apreciaran desde el momento en que empezó a mostrarse tal y como era en realidad y que la consideraran amiga y la quisieran como tal.
Damián, a pesar de su actitud pasiva y tímida, había conseguido acercarse un poco a ella, pero sin confesarle lo que en realidad empezaba a sentir y que con el paso de los días iba creciendo en intensidad. De momento teniéndola como amiga ya le era suficiente para llenar su enamorado corazón. Se pasaba las horas observándola, contemplando como se movía, como hablaba, como se apartaba el pelo en un movimiento coordinado con su cuerpo. Había veces que parecía realmente la mujer más bella del mundo. Suspiraba cada vez que una palabra de la pelirroja se dirigía hacia su persona. Cada vez que se acercaba, su alma se estremecía, sus sentidos le abandonaban y escuchaba completamente absorto en aquellos ojos azules que le tenían completamente loco.
Medio año había pasado ya desde la primera clase que la pelirroja tuvo en aquel colegio. Su vida social había mejorado considerablemente, hasta el punto de poder decir que era como el centro de atención en su clase. Su amabilidad, su sencillez, su buen humor, su bien estar y su belleza llamaban la atención tan solo al verla pasar por los pasillos. Y aunque también tuviera su mal pronto, que pocas veces mostraba, se la quería por sus cualidades como persona.
Todo marchaba estupendamente, Lena era feliz con su nueva vida, de tanto en tanto extrañaba a sus antiguos amigos, pero siempre que podía les llamaba. Los días los pasaba felizmente, las noches las dormía como bebé, pero una noche tuvo un sueño que la dejó con una sensación extraña en el cuerpo.
Esa noche, se fue a dormir después de estar un rato con sus padres viendo el televisor, como acostumbraba a hacer, se metió en su cama y cerró los ojos. El sueño empezó con ella, recordando el primer día de colegio. Se vio a sí misma entrando en aquel edificio que le pareció tan triste al principio, pudo observarse como se pasó toda la mañana mirando por la ventana, pasando de lo mas desapercibida posible, incluso se sorprendió por esa actitud tan opuesta a la que tenía actualmente. Todo seguía como recordaba, y llegó el momento en que las clases terminaron. Se vio saliendo del edificio para irse a su casa, y entonces pasó algo que ya no recordaba; se vio volviendo la vista atrás para encontrarse con dos puntos azules que la miraban desde la lejanía. Ya no recordaba ese pequeño detalle. Esta vez se detuvo y se fijó bien para ver a quien pertenecían esos ojos azules. Pero la multitud no dejaba ver a quién pertenecían, había demasiada gente que le tapaba el campo visual, demasiadas personas entre ella y esos dos ojos. De repente todo se volvió oscuro, la gente desapareció. Lena se encontraba sola, entre las sombras, todo el mundo había sido tragado por aquella oscuridad. La pelirroja se estaba poniendo nerviosa porque no sabía si moverse, no sabía donde mirar, y entre todo aquel silencioso y oscuro lugar vio una pequeña luz, como la que se forma cuando detrás de una puerta entreabierta hay una luz encendida. Decidió que no tenía nada que perder, así que se dirigió hacia ella. A medida que se iba acercando la oscuridad se convertía en una luz tenue, de un tono amarillento, como la de las farolas en una noche de verano. Cada vez se encontraba mas cerca, hasta el punto en que distinguió una figura cerca del foco de luz que la observaba atentamente. Lena se paró por un momento, dudando sobre si sería bueno acercarse a alguien desconocido en aquella oscuridad suavizada por una tenue luz. Pero había algo en su interior, una especie de voz de ultratumba que le decía que no tuviera miedo, que avanzara y reconociera a quien se alojaba enfrente de ella observándola. Así que le hizo caso a esa extraña voz; avanzó unos pasos y entonces una dulce voz, una voz como de chica la empezó a llamar: “Lena, ven Lena, no tengas miedo”. Lena empezó a apresurarse; el miedo se había quedado atrás y ya solo se fijaba en aquella figura que cada vez se hacía más nítida ante tal oscuridad. “Lena, ¿no me reconoces?” La impaciencia se apoderaba de la pequeña pelirroja. Empezaba a distinguir las facciones de la chica que la llamaba. “Lena… Lena… Lena...” Cada vez estaba más cerca, ya casi podía apreciar la figura que tenía enfrente. “Lena… Lena… Lena...” Ya casi había llegado, solo le faltaban pocos pasos. Vio aquellos ojos azules que habían estado observándola en la lejanía el primer día de clase, notó una pequeña sacudida y...
- Lena, venga despierta que vas a llegar tarde...
Era la voz de su madre que la había venido a despertar ya que aun no se había levantado. Le sonaba aun lejana ya que intentaba no despertarse sin ver el rostro de la persona que la observaba en la oscuridad, entre la multitud en aquel primer día. Pero no lo consiguió, su madre ya la estaba sacudiendo para que despertara.
- Vale mamá, ya está, ya estoy despierta (¿¡No me podías haber dejado cinco minutos mas verdad mamá?!).
- Hija, ¿qué te ha pasado? Normalmente no te quedas dormida. Va apresúrate que vas a llegar tarde.
-¿Tan tarde es?
- Si hija si. ¡¡Va corre!!
Lena se apresuró para vestirse, lavarse, desayunar y prepararse para asistir a clase. Salió como el rayo de su casa en dirección a la escuela y por el camino se encontró con Damián, que también iba tarde.
- Len: Buenos días Damián. ¿También te dormiste?
- Dam: Jeje pues si, mal empezamos el día... (Dios mío que bella está por las mañanas)
- Len: ¡Ey! Venga, no te encantes que vamos a llegar tarde- le dijo todo esbozando una hermosa sonrisa.
- Dam: ¿Eh? Si, si, claro.
Lena le agarró de la mano y empezó a correr con él detrás. Mientras iban corriendo, Damián solo podía fijarse en sus manos entrelazadas. Ese simple gesto que para la pelirroja no significaba nada, pero que para él significaba un mundo de sensaciones en su interior: la suavidad de su piel en contacto con la suya, el latido acelerado de su pobre y enamorado corazón, la respiración entrecortada que no sabía si se debía a la carrera o al contacto con la mano de su amada.
- Len: ¿Damián? ¿Damián? ¿¡Damián?!
- Dam: ¿Qué? ¿Qué pasó?
- Len: Que ya hemos llegado, esto... que ya me puedes soltar la mano...
- Dam: ¡Ah! Si, perdona...
Se soltaron las manos. Damián estaba ardiendo, sus mejillas parecían dos faros de lo iluminadas que estaban, pero Lena no se dio cuenta de ese pequeño detalle y se sentó con su amiga y compañera de mesa, una tal Samantha- conocida mejor como Samy -, chica de piel morena, rubia, de ojos verdes y extremadamente delgada para una chica de 15 años.
- Sam: ¿Qué te pasó Lena? Tú que nunca llegas tarde... Ay, ay, ay... A saber lo que andabas haciendo con Damián…- y le guiñó el ojo.
- Len: No seas tan graciosa de buena mañana Samy... no saques cosas de donde no las hay... esta mañana me dormí y me encontré a Damián por el camino...
- Sam: Si, si... seguro... pues por su cara parece que hayas hecho algo más que encontrarte con él por el camino...
- Len: ¡Venga por favor! No seas mala. Yo no le hice nada, además ni siquiera hablamos... Solo vinimos corriendo y ya está. A parte, ¿qué estas diciendo de su cara? ¡Si tiene la cara de siempre!
- Sam: ¡Ay dios mío Lena! Cuando te darás cuenta...- dijo en un tono cansado.
- Len: ¿Darme cuenta de que?
- Sam: De nada, de nada... no me hagas caso... serán imaginaciones mías cariño...
Lena no prestó mas caso a lo que le insinuaba Samy, ya que siempre estaba de broma. Era una chica divertida y Lena la apreciaba muchísimo, junto con Gaby y Mabel. Estas tres chicas eran las mejores amigas de Lena. Eran ya inseparables y siempre estaban de bromas. Gaby también era rubia y de ojos verdes, pero era un poco mas alta que Samy y no estaba tan extremadamente delgada; poseía unos rasgos que la hacían parecer una colegiala inocente y angelical, pero era mas lista que el hambre y de inocente no tenía nada mas que la cara. En cambio Mabel era morena, de ojos oscuros, más o menos de la misma estatura que Lena y un poco rellenita, pero lo tenía bien asumido e incluso a veces hacía bromas sobre su peso. Las cuatro se querían mucho y se pasaban las tardes juntas, hablando de sus cosas, paseando por las calles, riendo, a veces alguna tarde la pasaban entre lágrimas, pero se animaban las unas a las otras. Lena no recordaba bien como habían empezado su amistad, ya que ellas tres eran amigas antes de que ella llegara, pero lo que tenía seguro era que ahora no podía separarse de ellas y que cuando se enfadaban o pasaba algo desagradable, se ponía mal y quería solucionarlo cuanto antes para poder volver a reír mañanas y tardes enteras a su lado.
Por otro lado, mientras Lena, Samy, Gaby y Mabel se encontraban cotilleando y riéndose por debajo de la nariz, Damián no paraba de pensar en todo lo que había sentido cuando Lena le tomó de la mano. Aquel sentimiento agradable que le recorría cada poro de su piel, que se extendía de su corazón hasta cada punto de su cuerpo, le tenía completamente ensimismado. Se pasaba las horas mirándola de reojo, con una sonrisa inocente dibujada en su rostro. Cada vez que la veía sonreír, se le erizaba el pelo; cada vez que la oía reír, sus oídos se llenaban con esa hermosa melodía, los sentidos se desvanecían y solo había lugar para las emociones. Cada vez le era mas difícil controlar todo lo que la pequeña pelirroja provocaba en él. Quería ponerle definitivamente solución al tema, pero no encontraba el valor suficiente como para enfrentarse cara a cara con su timidez, además también se veía cohibido porque lo que menos quería era perderla como amiga, ya que le había costado acercarse hasta ella, y tal vez confesándole lo que sentía solo estropearía las cosas. Por lo tanto continuó así, conformándose con miradas desde la lejanía, pequeños roces insignificantes para cualquiera, pero que para él eran todo un mundo.
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