El placer del dolor...
La máscara
Un nuevo día empieza para Laura, con el mismo sonido martilleante del despertador justo en el momento en que el sol empieza a asomarse por la ventana del dormitorio. Hora de repetir la misma rutina: una ducha demasiado fría para poder empezar con buen humor la jornada, un café cargado y algo acuoso que le abrasa la garganta, la ropa casi idéntica a todos los días que su malhumorado jefe le hace llevar, un rápido vistazo en el espejo y el bullicio del tránsito para poder llegar a la oficina. Laura, pues, empieza un rutinario y monótono día en cuanto se sienta en su incómoda silla y empieza a realizar sus tareas de secretaria en un despacho no menos incómodo, lleno de inutilidades varias puesta con muy poco gusto y con una ventana des de la cual no se aprecia paisaje alguno.
La jornada transcurre de manera especialmente apresurada, con tan solo unos escasos momentos de relax para comer un insípido menú de cafetería y otro no menos insípido café. Todo parece indicar que va a ser otro día como cualquier otro, en el que Laura recogerá de manera ordenada sus pertinencias, se despedirá de sus compañeros y compañeras con una amable sonrisa y que se marchará pausadamente para su apartamento; o eso es lo que creen los demás integrantes de la oficina. Pero lo que no saben es que detrás de la modosita y tímida de Laura, se esconde la verdadera Laura, pues ésta cuando sale de su trabajo se dirige a su casa si, el lugar dónde la espera su verdadera realidad. Pues Sandra espera a Laura, recostada en la cama, mientras ésta última se deshace de su cotidiana indumentaria y se quita la máscara de chica bien y cordial que viste en su trabajo, para dejar que el cuero rodee su figura, para sentirlo en la piel y descubrir su verdadero yo con su máscara tapándole el rostro, pues Laura ama a Sandra, Sandra ama a Laura, y su mundo se encierra en ese dormitorio, siendo el cielo de súplicas, las nubes de látigos y el sol de cuero.
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