Luna de Miel
Des del Reino de Morfeo
Imagina el lugar más silencioso del mundo, aquel completamente aislado de todas las distorsiones que inquietan el espíritu humano, un rincón de seguridad y calma absoluta. No sé como lo imaginarás tú, pero Mónica dibuja en su mente un espacio blanco, absolutamente vacío, lleno de luz que entra por una disimulada ventana, una estancia habitada por el silencio y por su cuerpo reposando tranquilamente en el suelo. Mónica se encuentra tranquila, en paz con el universo que la creó, envuelta por ese manto de armonía cósmica, y su mente empieza a vaciarse de todo aquello que la perturba. No obstante el silencio se empieza a romper de forma gradual, apenas en un susurro, por el rumor de las olas, distantes pero presentes tras los párpados de Mónica. Extrañada por el repentino aparecer de ese sonido que no tenía cabida en la estancia donde se encontraba, abrió los ojos, encontrándose tumbada no en una blanca habitación si no en la arena de una playa que jamás había visto, desierta a primera vista, iluminada por un espléndido sol de verano, con el oleaje meciendo plácidamente la costa. Al intentar incorporarse en aquella nueva ubicación, Mónica notó que su cuerpo no respondía, pues una suave pero constante fuerza la sujetaba contra la arena, impidiendo que se pudiera poner en pie para explorar el lugar. Mayor fue su sorpresa aun cuando aquella misteriosa fuerza se transformó en caricia, caricias que se iban materializando a través de otro cuerpo de mujer. Esa mujer parecía traída des del Reino de Morfeo, con su cuerpo celestial, iluminado por el sol de verano, serpenteando entre las curvas del cuerpo de Mónica, llenándolo de besos y caricias encendidas de una pasión abrasadora. Como si de un baile ensayado antes se tratase, los cuerpos de ambas mujeres se acompasaron al suave vaivén de las olas, haciendo el amor con ellas, confundiéndose el rumor del oleaje con la melodía de las respiraciones agitadas. La temperatura de la playa empezó a aumentar, pues la ardiente pasión que se encendió entre Mónica y la hermosa desconocida electrizaba el aire que compartían, la humedad comenzaba a empapar sus cuerpos sincronizados al unísono de la voz del deseo, y ya las olas no podían seguir el ritmo de aquellos dos cuerpos bañados por la luz provinente del Astro Rey. Para Mónica todo empezaba a confundirse en un remolino de sensaciones, de besos, caricias, piel, humedad, lenguas danzando, ya no era dueña de su cuerpo y el éxtasi empezaba a recorrerle cada rincón de su cuerpo para concentrase en el centro de su cuerpo, a punto de estallar, en el momento en que Mónica se sintió bañada de nuevo por una luz blanca, exhausta, agitada pero satisfecha, encontrándose de nuevo en la estancia donde todo empezó, sola, para volver a abrir los ojos y despertar en la realidad, segura y con fuerzas renovadas después de una luna de miel en el Reino de Morfeo.
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