Sin desfallecer...
He aquí uno de los relatos que quizá más me ha gustado escribir. No por su lirica, ni por su composición ni por su temática, sino por el sentimiento que con él va. Hace ya tiempo que quedo plasmado, tanto tiempo como hace que conozco a una de las personitas especiales en mi vida. Y hoy que encontré el relato que dio comienzo a nuestra historia, aqui lo quiero incluir, para recordate, Isabel, que a pesar de la distancia eres parte de mi. Disfrutenlo.
Náufraga
El sol irradiaba una extraña luz en este recóndito pedacito de playa, la brisa mecía suavemente el agua, creando un oleaje digno de un cuadro impresionista, el susurro de las gaviotas rompía el silencio de la mañana, cuando de pronto algo no concordaba con el paisaje; apareció de pronto, como surgido de la profundidad del océano, un cuerpo desnudo recubierto de algas que apenas podían tapar su desnudez. Me acerqué sigilosamente, por miedo a romper aún más la armonía del lugar. Al acercarme, divisé que el cuerpo era de una mujer, movida tan solo por el ir y venir de las olas. No mostraba signos de querer moverse, de querer evitar que el oleaje mojara aun más su bronceada y desnuda piel. Acabé por unirme a la magia del momento colocando mi temblorosa mano sobre su hombro, para cerciorarme de que aquello no era uno de mis extraños sueños, y para comprobar que aquel cuerpo no era un cuerpo, sino una mujer que tal vez había naufragado por el temporal de la noche anterior. Mis músculos se relajaron al comprobar que, a pesar de estar completamente empapada, su cuerpo aun emanaba calor y respiraba con cierta dificultad.
Me apresuré a sacarla de la orilla, para impedir que el oleaje se la llevara de mi lado y poder reanimarla. Me encontré allí, en esa extraña luz solar, temblando ante la imagen de esa misteriosa y hermosa mujer, temblando por miedo a romperla de lo delicada que parecía ante mis incrédulos ojos. Pero me calmé como pude y deposité mis nerviosos labios sobre los suyos, por tal de compartir el aire que a mí me daba la vida y que a ella le empezaba a faltar. A pesar de su sabor salado, de su sabor a mar, me parecieron el más dulce de los regalos.
Por un momento perdí el control, mi razón se vio nublada por la voz del deseo y ese intento de reanimación pasó a ser un sincero y simple beso. Pero más fue la sorpresa de que bajo mi cuerpo, su cuerpo empezaba a moverse y su húmeda mano se colocó en mi ruborizada mejilla, correspondiendo así a los deseos de mi lívido.
El mundo se paró en ese mismo instante, todo era silencio, la luz dejó de ser luz, el océano dejó de ser océano, la arena dejó de ser arena y aquel cuadro impresionista se convirtió de pronto en uno de mis más ocultos sueños. Sentí todo el calor del mundo sobre mis labios, y cuando éste se alejo de mí dejando tan solo el recuerdo de la sensación abrí mis ojos oscurecidos por el deseo.
Y ahí la vi, sus ojos del color de la miel me observaban sonrientes, no se si agradeciéndome que la sacara de su naufragio o que le entregara mis labios para retornar a la vida. Y sobre el fin de su rostro se encontraba dibujada la más hermosa de las sonrisas, con sus blancos dientes acentuando aún más la felicidad que su faz mostraba, enmarcada por su oscura melena.
Entonces ahí, en aquella recóndita playa, escondidas del mundo, me quedé con esa mágica imagen, una fotografía de un ángel sin nombre, de la desconocida que por siempre me robaría mis sueños.
Para ti princesa, porque aunque parezca que el sol no está iluminando tu existencia, sigue ahi, detras de las sombras de la incomprension que te rodea... yo sere la estrella que te quiere guiar hacia el nuevo amanecer. No desfallezcas jamás, no apagues esa hermosa sonrisa.
0 comentarios