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Una nueva vida

Una nueva vida

Pocas son las veces en que uno es capaz de recordar el sueño que se ha tenido cuando el sol se apaga, pero por suerte de alguna de esas veces puede surgir un magnífico relato completamente onírico y sorprendentemente lleno de sentido. Asi es como se creo este relato, totalmente a partir de uno de mis sueños, tal vez demasiado fictício pero tambien demasiado significativo. Espero que lo podais difrutar queridas y queridos acompañantes en este viaje que sorprendentmente ha tomado un nuevo rumbo.

La muerte de Helena

Muchos años atrás, cuando el mundo tan solo era un rincón del infinito universo lleno de oscuridad y clanes que controlaban por doquier, me encontraba reunida con mi madre en un extraño palacio de estilo indefinible. Por extraño que parezca esta madre no era mi madre, sino la persona que me hizo renacer en un amanecer vampírico del cual jamás me iba a olvidar. Todo ocurrió de repente, no sabría decir cuanto tiempo había pasado, pero en aquel entonces aun no había tenido oportunidad de aprender a utilizar mis nuevos atributos por así decirlo, y supuse que mi “madre” me había llevado a ese extraño lugar dejado de la mano de dios para que aprendiera.

Rodeada de desconocidos, pues, me encontraba en una especie de reunión vampírica, repleta de seres esqueléticos, blanquecinos y con atuendos oscuros y lujosos. Sin darme cuenta me adentré entre la muchedumbre, guiada sin ninguna duda por la curiosidad, ya que esa experiencia era nueva y a la vez extrañamente familiar. Poco a poco se hizo el silencio, cuando un hombre elegante y de edad aparentemente avanzada se dirigió hacia la masa de gente que le rodeaba. No recuerdo exactamente las palabras que pronunció en aquel momento, pero mágicamente apareció en la mano de cada componente de dicha reunión una especie de reloj de bolsillo. Sin embargo, éste no marcaba las horas, minutos y segundos, sino el estado de ánimo y, por así decirlo, los pensamientos de cada poseedor del aparato. No entendí bien el porqué de ese regalo, pero mi creadora me aclaró que era una simple medida de vigilancia que se iba revisando de tanto en tanto por los organizadores, ya que había ciertas normas de conducta en estos eventos, tales como no asesinar a un componente del mismo clan, no entrar en aquellos lugares vetados de entrada y tampoco mantener cualquier tipo de relación con miembros de otro clan; normas aparentemente sencillas de seguir hasta que la tentación llama a tu puerta.

Y así fue, la tentación no solo llamó a mi puerta sino que se adentró sin apenas yo percibirlo.

Sucedió al segundo día del multitudinario evento, en una noche en que salí de mis aposentos guiada por una rara sensación que me inducía los pasos a seguir. Caminando con rumbo desconocido me topé con una mujer bajita de ojos apagados y vestida completamente de blanco, a juego con su enfermiza piel. “Alguien te está esperando” fue lo que dijo, y sin dar respuesta alguna dirigí mis pasos tras los suyos. Me llevó por innumerables pasillos, por escaleras y patios descubiertos, hasta llegar a una enorme puerta de madera, en la cual la mujer de blanco se despidió de mí. Movida por la misma sensación que me había llevado a abandonar mis aposentos, abrí la enorme puerta y me encontré frente a una sala igualmente enorme, con un gran ventanal al fondo por donde entraba la luz de la luna. Observando detenidamente pude distinguir un diván de cuero situado frente al ventanal, encima del cual yacía una figura femenina que observaba absorta la luna. Inconscientemente me aproximé hacia ella, y cuando faltaban pocos centímetros para llegar a su altura, lenta y grácilmente se incorporó para cederme parte del diván. Sentándome lo más tranquilamente que pude, observé que un vestido negro de seda cubría una piel extrañamente bronceada y que su cabello largo y ondulado se confundía con ese vestido. El silencio se empezaba a hacer incómodo hasta que de sus rojizos labios y sus níveos dientes salieron las siguientes palabras:

- Así que nunca probaste la sangre querida Helena…

Y como a una niña a la que están reprendiendo por algo malo que hizo, me quedé callada sin saber que decir y sin saber porqué sentía vergüenza.

- Mmm… dime, ¿y no te gustaría cambiar eso? – dijo mirándome directamente con sus azulados ojos –.

- Sí… – pronuncié como hipnotizada por aquellos ojos –.

El silencio se volvió a posar entre nosotras, mientras ella apartaba su pelo y retiraba el tirante que le cubría el hombro derecho. La miré confusa y algo asustada, porque supuse que me ofrecía su hermoso hombro como bocado, y a pesar de desearlo con toda mi alma, si es que aún la conservaba, tuve que poner algo de sensatez a la situación.

- No puedo… el deseo es demasiado grande, y no sé si podría parar…

- Mmm… muy bien… – parecía complacida con mi respuesta y me miraba con unos ojos sorprendentemente cálidos –, entonces tal vez debamos hacer algo distinto que tampoco has hecho antes…

Sus ojos pasaron de la calidez al ardiente deseo en una fracción de segundo y cuando quise darme cuenta nuestros labios estaban sellados en un abrasador beso, recostando su cuerpo en el diván. Sus delicadas y ágiles manos me desprendieron de mi atuendo que empezaba a molestarme mientras que, con cuidado, retiraba ese precioso vestido para descubrir su suave y cálida piel. Besé todo su cuerpo guiada por la voz del deseo que emergía en gemidos de mi garganta, mientras sus blancas uñas se clavaban en mi espalda al acercarme a la fuente de su placer, rebosante de humedad en aquella recóndita habitación, escondidas del mundo ante la luz de la luna, donde bebí no su sangre, sino sus más secretos fluidos albergados entre sus piernas. A cada murmuro que se deslizaba entre sus labios, sentía más y más mi humedad, a cada beso sentía que la vida volvía a mi cuerpo, a cada caricia sentía más y más la familiaridad de esa bella mujer. Y por un momento la tentación de morder aquel hombro que antes me había ofrecido se coló en mis sentidos, y así pues sutilmente clavé mis colmillos en su piel, obteniendo de ella aquel manjar que tampoco había probado jamás. Por suerte, sus manos deslizándose delicadamente sobre mi pelo me despertaron del trance en el que me había sumergido su sangre y pude parar de beberme la seudo vida de mi amante.

Algunas noches más como esta se sucedieron en un sinfín de placer y dolor, hasta el día en que llamaron a mi puerta para comprobar aquel extraño artilugio. No tuve reparo en mostrárselo, pues mi consciencia estaba tranquila, pero al recordar las normas del encuentro y ver como en esa especie de reloj se dibujaba por arte de magia el rostro de mi misteriosa desconocida el terror se apoderó de mi cuerpo. En los rostros de aquellos individuos se dibujo la más horrorosa mueca de ira y sin poder escapar me arrastraron por pasillos y patios hasta el hombre que dio la bienvenida el primer día.

Me sentí desprotegida ante esa figura masculina de cientos y cientos de años, el llamado Patriarca, que me observaba lleno de rabia. Unos pasos, de repente, se oyeron detrás de mí, y apareció acompañada de dos hombres la mujer que me había ido hechizando noche a noche, con su vestido negro de seda.

Se hablaron por un rato en una lengua que no supe entender, pero por los gritos del anciano comprendí que habría consecuencias para las noches que había pasado en compañía de mi amante. Y la conversación acabó cuando el Patriarca profirió un grito que estremeció la habitación entera y me señaló con su iracundo dedo, saliendo así de esa estancia.

El silencio se posó sobre mi persona mientras el delirio de mis días se acercaba apenada.

- Helena… mi querida Helena… no se ni por dónde empezar…

- ¿Qué va a pasar ahora? – pregunté con miedo, aunque la respuesta ya se asomaba en los ojos de mi amante –.

- Si el Patriarca no fuera mi padre, tal vez podría compartir contigo la condena… pero me obliga a dejarte sola ante las consecuencias… Verás, él no aprueba que yo me pueda enamorar de quien quiera… Y lo peor de todo… lo peor es que ha ido asesinando a todo aquel que ha entrado en mi corazón….

Aunque la idea de la muerte me aterrorizaba, ya que esperaba vivir hasta el fin de los días vagando por el mundo, no pude hacer más que hacer una última pregunta.

- ¿Me dirás tu nombre, al menos?

- Claro… – dijo sonriendo por mi desconcertante demanda – Me llamo Nia…

- Nia… – repetí suavemente mientras acaricié su rostro, memorizándolo ante la idea de perderla para siempre –.

- Helena, no puedo permitir que esto ocurra… No puedo imaginarme la eternidad sin ti… – pronunciaba mientras sus azulados ojos desprendían pequeñas lágrimas que se resistían a salir –.

- Querida Nia… sé que no es la primera vez que nos encontramos… me eres demasiado familiar como para pensar que no he estado contigo antes… la muerte no me separará de ti, lo sé, ella me reunirá contigo en otro lugar, en otro tiempo…

Mi amada dejó al fin que se desprendieran tantas lágrimas por su hermoso rostro como necesitaba en aquella tímida despedida. No supe como consolarla, nada más pude que besarla una última vez más para morir con esa cálida sensación que me llegaba hasta lo más hondo de mi ser.

Todo sucedió muy rápido, sin apenas poder pasar unos segundo más con la mujer a la que amaba, ya me estaban arrastrando hasta lo alto de una torre, en la cual se hallaba un pozo con afiladas lanzas, colocadas para el fin que me esperaba. Pensé en lo irónico de la situación, en que aún siendo una vampiresa, que se supone inmortal, la muerte me esperaba en el fondo de ese pozo, en una inevitable caída de metros y metros hasta que mi enamorado corazón se rasgara en la punta de alguna de esas lanzas.

Al borde del abismo, ahí me encontraba despidiéndome de mi vampírica vida que tan poco había durado, pero que sin duda me había aportado más que mil vidas mortales. Y entre las mil miradas de reproche y desaprobación, ahí estaba ella, llorando a mares una vez más. Tan solo pude sonreírle con la poca fuerza que me quedaba, dispuesta a saltar al vacío y prometiéndole con mi mirada que la volvería a encontrar. De pronto, al haber girado el rostro mirando a la muerte a los ojos, noté unas manos cálidas que rodearon mi cuerpo que se abandonaba a la muerte, las mismas manos que me acogieron durante las noches de mi estancia en ese condenado castillo, las mismas manos que me pararon cuando más lo necesitaba, las mismas manos que me recorrían el cuerpo cada noche, esas manos que me invitaron a saltar acompañada por la mujer de mis sueños, por la vampiresa de mis fantasías hacía el nuevo amanecer.

No sé si Dios existe, no se si el destino es una inexorable cadena que se repite en un torbellino de coincidencias, lo único que sé es que mi vampiresa ha vuelto a mí, con otro nombre, con otro aspecto, en otro lugar de otro tiempo, dónde mi nombre ya no es mi nombre y la muerte de Helena fue el comienzo de mi nueva vida junto a ella.

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