Una melodía de piano
Así pues, Nadia reunió las pocas fuerzas que la tormenta le había dejado en su debilitado cuerpo, con la esperanza de encontrar algún lugar para cobijarse ante ese temible fuego de arena que le abrasaba la piel que tenía al descubierto. Y como si sus plegarías fueran escuchadas por una extraña divinidad, Nadia encontró una pequeña duna, la cual parecía estar tallada en piedra, en la que dejó caer su agotado cuerpo y se rindió a los brazos de Morfeo. No sabía cuanto tiempo había estado allí, pero la tormenta por fin había cesado, dejando un paisaje árido y desolado, con un inmenso horizonte de arena a sus espaldas y para su sorpresa una especie de cala por delante. Nadia no podía creer lo que sus ojos veían, un hermoso atardecer reflejado en un agua cristalina casi irreal. Si el tacto frío de ésta no le hubiera despertado del sopor que arrastraba, hubiera jurado que se trataba de un espejismo. Pero no, era una visión paradisíaca en medio de la nada, aunque lo más sorprendente de todo fue visualizar un poco a lo lejos un gran bulto cubierto por la arena. Con algo de indecisión, la chica se acercó al bulto, el cual fue tomando forma a medida que se acercaba. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al darse cuenta que lo que allí se encontraba no era ni más ni menos que un piano, un resplandeciente piano en medio de la nada, esperando a que sus teclas fueran acariciadas por algún desconocido.
La tentación fue demasiado grande, pues Nadia se sintió por un momento como embrujada por lo extraño del panorama, y posó unas temblorosas manos sobre aquellos inmaculados trozos de marfil. Algo que no supo explicar movió sus manos a través del teclado, del cual surgió la melodía más triste que jamás Nadia había escuchado. Supo de manera mágica que aquello que salía del piano era lo que habitaba en su corazón, la tristeza, la pena, el vacío que la embargaba se plasmaba en cada nota de esa melodía, pues estaba sola, abandonada por el mundo, al borde del abismo y ni nada ni nadie la podía salvar, pues solo le quedaba su alma agotada y su soledad en una melodía de piano.
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